16:45 PM. Aeropuerto internacional Henri Coanda, Bucuresti -Romania. El Boeing 737 de la Tarom se acaba de posar sobre la desgastada pista después de sobrevolar, a una altura inquietantemente baja, la carretera nacional 1. Quince grados de temperatura, una brisa ligera, el cielo despejado y una piedra en el corazón.
Diez minutos más tarde, después de haber recogido el equipaje y cambiado moneda por Ley Rumanos, me dirijo al hall de los vehículos de alquiler. Una chica rubia, muy joven, me atiende en un inglés fluído, con esa musicalidad especial que les sale a los eslavos hablando inglès.
Sonrío, firmo los documentos, recojo mi llave y, con todo el equipaje, atravieso de nuevo el hall, para, después de bajar en ascensor hasta el piso 0, "Departures", me dirijo al parquing de las compañías de renting.
Inspecciono mi elección, un pequeño utilitario negro, con motor 1,2 litros y cambio manual. Todo correcto. Firmo el albarán, cargo las maletas y pregunto por la dirección adecuada: -"Perfecto, mmmm, sí. Primera rotonda, segunda salida a la derecha, Nacional 1: Ploiesti- Brasov."-
Sin problemas. Los Rumanos practican una conducción un poco agresiva y errática, pero por lo demás no creo que sea peor ni que en Milano, Madrid o Barcelona. La N1 en este tramo es una via de dos carriles para cada sentido de circulación, pero sin separación física (y sin arcenes). Además, atraviesa por el centro de los numerosos pequeños pueblos que, en realidad, han ido saliendo de la nada y formándose a lado y lado de la vía a medida que el número de casas contruídas iba aumentando.
En la provincia de Prahova, el otoño es evidente aunque no se manifieste con la intensidad y la espectacularidad que lo hace en la Transilvania. El paisaje está formado por alternancia de cultivos, la mayoría herbáceos con algunos frutales dispersos. Una ligera neblina asciende desde los campos de tierra oscura recién arados, en una sinfonía de franjas alternadas, desde el verde pálido, pasando por toda la gama de ocres, hasta llegar al marrón oscuro.
Más allá de Ploiesti, ciudad gris y con las calles llenas de baches, la carretera deja atrás la llanura y da paso a la montaña Transilvana. Mi destino, Brasov, está todavía protegido por un paso entre las montañas Bucegi, en pleno corazón de los Cárpatos, ascendiendo por el curso del río, y antes de llegar a él, debo pasar por Sinaia, una ciudad célebre como antiguo destino turístico real y por su monasterio. La verdad es que está oscureciendo, y puesto que no se exactamente a dónde voy, paso de largo casi sin ver nada más que la estación del ferrocarril, una pena no poder pararme, puesto que tenía entendido que valía la pena sentarse un rato en los andenes y sentir el ambiente de esta clásica construcción.
Así que, a toda prisa, dejo atrás Sinaia en dirección a la capital del distrito. La carretera realiza varios giros serpenteantes en un desnivel considerable, antes de encajonarse en el valle.
Casi al final, un accidente bloquea la carretera. ¡Mi gozo en un pozo! no llegaré con luz de día, que mala suerte. Esperando a que lleguen los bomberos y la Policía me entretengo leyendo alguna información: Brasov, como tal, concentra casi la mitad de la población, unos trescientos mil habitantes, siendo una de las ciudades más avanzadas del país. También cuenta con una universidad bastante activa, de forma que concentra una buena dosis del talento juvenil Rumano. Su casco històrico, amurallado, data del siglo XIV y contiene la célebre iglesia de la Vírgen María, más conocida como
Biserica Neagra por el color de sus muros tras un incendio en 1689. Por fín, casi media hora más tarde, los bomberos han retirado del medio de la calzada el turismo y el pequeño camión que han colisionado. El camión no parece muy mal, pero el automóvil, un Dacia Logan (como no!) está bastante arrugado.
Llegué ya de noche, sin mapa ni GPS, con la única indicación de que el Hotel estaba junto al "Parque Central" y con la esperanza de que el luminoso se vería a una cierta distancia, crucé decidido por la avenida principal en dirección a Sibiu. ¡Bingo!, al cruzar al lado del parque descubro por encima de las copas: "ARO PALACE". ¡Lo encontré!, giro a la izquierda, rotonda y, ya estoy en frente. Tomo mi tiquet de parquing y cierro el coche.
Un bonito edificio, con un hall ámplio, este hotel. Completo el
check-in, descargo mi equipaje y bajo para ir a cenar. El menú (y el aspecto) del restaurant del hotel no me convencen, así que salgo en dirección a la ciudad amurallada, buscando la célebre Piaţa Sfatului (Plaza del Consejo). Allí, haciendo caso de otro blog viajero por estas lides (
http://expatriada.blogia.com/2007/121001-fin-de-semana-en-brasov.php ) entro a cenar en el Gustari, en uno de los laterales de la plaza. Es martes, poca gente, una mesa con dos parejas de Rumanos y otra con dos Franceses (o podrían ser Belgas) acompañados por una chica del país. Saludo en Inglés lo más neutro posible y me responden en Italiano. Y en el Idioma de Dante Alighieri continuo el resto de la velada.
Brasov-la-nuit alrededor de medianoche es más bién silencioso. La escasa vida se concentra alrededor de los televisores que dan los resúmenes de los partidos de la Champions League. En el Irish Pub, un grupo de ruidosos aficionados den un poco de nota en el calmado paisaje nocturno. Deambulo por la
Republicci hasta dar con el callejón donde está el Uncle Jack, un café en un sótano, las escaleras del cual estan decoradas con un espejo y un retrato de Audrey Hepburn. Con un cierto carisma, me tomo mi última cerveza.
Mañana será otro día. Tal vez el aire Transilvano me levanté el ánimo. Camino del hotel, voy meditando las palabras del filósofo: "
Ganar siempre es tentar la otra cara de la suerte". Pero cuando uno está a catorcemil quilómetros de su suerte, poca ganancia le veo al invento.
Hasta la próxima, viajeros!
Un hombre sale de viaje, otro es el que regresa.