A primera hora de la tarde, cuando la tensión del trabajo ya decaía, me entró la nostálgia. Mi vuelo estaba previsto a última hora de la tarde en Matosinhos (POR), así que me quedaban unas cuantas horas todavía. Sentía necesidad de aire libre, de crepúsculo....
Decidí perderme por la ribera norte del Douro hasta llegar a la desembocadura. Subiendo por la IP1, entre Oliveira y Porto, crucé "O ponte do Freixo" y tomé la primera salida en dirección a la Marina do Freixo. Aparqué justo debajo del puente, encima de la acera sin pavimentar.
Me senté unos minutos en el muro que protege la Avenida Paiva Couceiro, viendo como dos navegantes aparejaban una motora de unos ocho metros. Junto a una de las columnas del puente, dos jubilados en una zodiac charlaban y compartían una cerveza mientras tiraban las cañas.
Un caminante paso junto a mi lado, "Boã tarda" y paso ligero, sin detenerse a más.
Seguí con el coche río abajo, un quilómetro o poco más, para admirar otros dos puentes ferroviarios: Ponte de María Pia (Nada menos que de G.Eiffel) y su sustituto O Ponte de S. Joao, esbelta figura de E.Cardoso inaugurado en 1991. Después de la foto de rigor, sigo todavía con el coche un poco más para poder admirar de cerca mi preferido: Ponte Dom Luís I, que data de 1886, con una cuerda de más de 172 metros y una altura de poco más de 46 metros.
Desde aquí puedo oler ya el "Cais da Ribeira" mi próxima parada. Remonto hasta la Praça do Infante D. Henrique, donde dejo el coche en el parquing subterráneo. Me dejo la corbata dentro y me desabrocho del boton del cuello. Así, de esta guisa, bajo por la Rua de Reboleira, a buscar el río, entre callejuelas adoquinadas, silencio.
Me siento unos minutos en el balcón del Cais (cima do muro) , viendo los turistas ingleses pasar en dirección a las barcas que hacen la visita a al Douro. Al otro extremo, seis jóvenes se montan un "Botellón".
Debajo del muro, tres jubilados comentan que ese año lascosas no han ido bién con el turismo, que no hay alegría. Levanto la vista a las fachadas del frente fluvial. Estoy de acuerdo, les falta alegría, "contos", ropa en los balcones, flores.... Desde a Praça da Ribeira, me pierdo un instante por la Rua da Lada, buscando quién sabe que, me falta su presencia conmigo, su sonrisa pícara, sus ojos de fuego... sigo adelante al llegar al extremo de la calle, hasta desembocar en o Terreiro, dos o tres imágenes más.
Curioseando por los rincones, encuentro dos señoras sentadas en un portal. Visten sendas batas azul-blanco, una de ellas listada y la otra me recuera un patrón de cerámica. Apoyadas en las sillas de rafia de plástico, me miran curiosas y comentan la jugada. Unos metros más adelante, una anciana enjuta maniobra en medio de la calle, de fuerte pendiente. Mide poco más de metroy medio, viste una bata tambien azul y calza unas alprgatas agujereadas el pulgar. Sus manos fibrosas y arrugadas sujetan una bolsa de ráfia de plástico, multicolor. A punto de topar con ella, se gira y levanta la vista. -"Disculpa là rapaz"-.
Atino a engranar: -"Não acontecea nada avó"-. Demasiado tarde. La abuela me ametralla con seis o siete frases a toda velocidad, en un tono agudo, deliciosamente musical. Viendo mi cara absoluta de pasmo, suelta una sonrisita y me coge del brazo, tirando para arriba. Le tomo la bolsa con la mano libre. Se ríe y salmodia en voz baja sobre la vejez o algo así.
A media subida miro atrás. Las dos mujeres se ríen a pierna suelta. Yo les correspondo con una media carcajada. La figura tiene por lo menos de pintoresca: Una abuela enjuta con las alpargatas agujereadas del brazo de un tipo, metro ochenta y tres, 210 libras, camisa blanca y traje gris. casi al final dela subida, recostado en otro portal, un chow-chow mira con cara de aburrido. Pasamos junto a una lona que cubre un andamio. En la esquina, giramos a la derecha, frente a la puerta de una iglesia. Me da una palmadita en el brazo, recupera su bolsa y, a pequeños pasitos se mete dentro. Miro la losa que hace de escalón de entrada: São Niculau. Me pongo las manos en los bolsillos mientas sonrio, mirando al monumento del Infante D.Henrique. ¡Qué cosas me pasan!.
Dos policias me observan al otro lado de la calle. Supongo que han visto la escena, casi completa. Cruzo en dirección al aparcamiento. El sol está bajando. La Foz no queda lejos, no me gustaría perderme el ocaso en el atlántico.
El mar golpea suavemente las rocas, con un murmullo que invitar a permanecer callado. Unos pocos turistas en la pérgola, unos pocos locales abajo, en las rocas, con la caña parada.
Siento el viento suave en la cara. Respiro hondo. En unas pocas horas mi pájaro alado me llevará de nuevo ante la mensajera. Besaré sus labios con fuerza, buscaré su cuerpo febril, vibrante entre mis dedos, teclearé sus notas hasta colmar mis oídos de su música, de sus suspiros. Pero ahora solo siento el sol que se oculta en el horizonte y el cantar de las mareas vivas.
Será por la luz, será por mi mano que tiembla, algunas fotos no salieron suficientemnte bien. Me asomé al mundo y le tomé prestadas algunas a Francisco Oliveira ( http://portonorte.blogspot.com/).
Todo es confuso. Debe de ser el efecto de una subida demasiado rápida. Tal vez no respeté las tablas de descompresión.
Estaba dándole vueltas y más vueltas a oráculo de Anticlea. No prestaba demasiada atención a la carretera. De hecho, conducía de forma un poco automática. Al menos hasta pasar por debajo del radar fijo. Luego viene una recta de poco menos de un kilómetro, una buena subida y, finalmente, el descenso. Tiene un trazado perfecto, una bajada casi un kilómetro antes, un radio largo y un peralte bien equilibrado. En la parte más cerrada tiene incluso tres carriles. Y justo después de la trazada la pendiente se invierte y empeza de nuevo una subida, casi quinientos metros. Esa curva puede ser un mundo en si misma. No voy a mentiros. La única forma que respete los límites de velocidad en esa curva es que la carretera esté bloqueada o que lleve el coche lleno de gente. De noche, más de las 22:15h, y conduciciendo solo....
Ayer había luna llena. La cabeza hirviendo de cosas que dije y, sobretodo, de las que no dije. Prisionero de tus palabras, liberado por tus silencios, dijo una vez el maestro. No obstante, no me sentía liberado. Había tomado mi decisión, el viernes 3 és la fecha señalada. No hay vuelta atrás.
Llevaba alguien enganchado atrás. Un golf oscuro, azul, gris o negro, no sé muy bien. La aguja ya superaba los 150 km/h, pero se encontraba cómodo, ni aumentando la distancia, ni pretendiendo avanzar.
Apreté las manos, tensé los hombros y el cuello, era el momento. Faltaba muy poco para el final del cuentakilómetros, listos para el despegue de un momento a otro, el haz de luz del otro vehículo por detrás, a menos de 25 metros de distancia. En la mitad de la trazada apareció.
Casi no tuve tiempo de distinguir que era. Un pequeño bulto de no más de 40 cm de altura, dos puntos brillantes en la oscuridad ante mi. Noté el golpe debajo del compartimento del motor. Miré justo por el retrovisor. Lo que no hubiera hecho yo mismo lo habría completado mi perseguidor, misma trayectoria, misma velocidad.
Esta mañana, en el camino de vuelta, busque un punto para hacer el cambio de sentido y volví al lugar de los hechos. Con el doble intermitente encendido, mi chaleco reflectante sobre mi camisa color arena y mi corbata listada, caminé unos metros por el arcén. Era un zorro rojo, un raposo común. Era, más bién, lo que restaba de él.
Podeéis imaginaros la escena. En un punto de la estepa cruzada por una autovía, un tipo con pinta de ejecutivo se inclina sobre el cadaver de un zorro rojo en el arcén. Me asaltaban varias cuestiones, algunas de as cuales todavía no he resuelto. ¿Quiere alguien ayudarme?.
¿Qué hace que dos seres tan dispares, que nunca habían coincidido antes, sellen un vínculo entre ellos a través de la muerte?
¿Si las circunstancias hubieran sido las inversas, ese zorro hubiera sentido curiosidad para inspeccionar los restos de un vehículo automotor desintegrados en una de las "mejores" curvas de toda la autovía?
El oráculo sigue gritando: ¡Vive ahora!!.¿Significa eso pisar el acelerador sin mirar atras?. ¿A cuantos hemos deslumbrado con nuestos faros en el afán de ir más allá, más rápido, por encima de todo?
¡Vive ahora!!, Sigue resonando en mi cerebro. ¿Como puede ser que alguien con ocho décadas encima, referente y guía, siempre en la línea, siempre sacrificando, siempre en renuncia contínua, pueda gritarme este oráculo desde un lecho de hospital?. ¿Qué es "Vive ahora", significa que todo lo andado no es suficiente?.
Nico escribió que ya no esperaría los grandes sueños, Aiguamel escribió que cada día debería de ser una gran ocasión. Lo cierto es que puede que haya un mal paso aguardando en la siguiente curva de la autovía, pero renunciar a mis grandes sueños...y cada mañana me digo: "hagámos que merezca la pena ser recordado este día" .
He esperado en vano el espíritu el zorro. El sol se plantaba ya en lo alto del cielo, en un día duro, que promete más de 30ºC. De cuclillas, musité Omni mani padme hum!, tres veces, tome un puñado de arena del arcén, mezclada con sangre ya seca del animal, lo tiré al aire en frente de mí. Una ráfaga suave lo llevó más allá de una mata de amapolas secas que balanceaban sus testas coronadas junto al guardaraíl. Me levanté, mirando al sur. ¿Donde se esconden mis respuestas?
En un extraño mundo cambiante, cada vez queda menos espacio para los viejos ritos, las viejas creencias.Pero hay unos días en el año, que el pasado atávico recupera toda su fuerza, y los ritos antiguos rasgan el velo del olvido y se hacen presentes.
El Solsticio de verano es uno de esos días. Este día mágico, obviamente ahora en el hemisferio norte, es un momento extraordinario de renovación. Purificación a través del poder del sol, fuego arrancado por un renacido Prometeo. El fuego lava, engendra nueva vida, fertiliza la tierra y la dota de nueva energía.
Hay un lugar donde esa ceremonia se pone en escena cada año, con especial sentir. Un lugar antaño aislado, ajeno al mundo que lo rodeaba, protegido de él. Es una efímera emoción, limitada, fugaz, pero eterna, cala en el corazón de los cachorros, entra en su sangre a través de los ojos, del olor del humo, del sudor de sus mayores. Y los acompaña por siempre. Aunque la vida los lleve lejos, esa brasa arderá en su corazón cada solstício.
Dias antes del solsticio, se prepara con entusiasmo, los elementos básicos de esta representación. Los portadores del fuego, afinan sus instrumentos, hacha en mano para que todo esté a punto.
De uno de los pinos selecionados, por su porte y su diámetro, surgirá "El Far" (El Faro), la guía para los cazadores en la noche oscura, su ovillo de Ariadna. Se necesitan varios leñadores para cortar, pelar y rajar el tronco, arrastrarlo una vez colocadas todas las cuñas y "plantarlo" en medio de la plaza del pueblo.
Suele estar ahí, durante varias semanas, anuncio de lo que va a acontecer, erguido, imponente, exhibiendo al sol su porte esbelto, sus herídas, sangrantes de resina.
Luego están la "Teias" (algo así como "Antorcha" en traducción un poco libre), de tamaño según la capacidad del portador.
También peladas y rajadas, deberán ser transportadas hasta lo alto del monte, para ser apiladas al sol a la espera del grán día. El monte se llama Qüenca, y no, no pertenece a la saga de Tolkien, aunque merecería lugar destacado entre sus páginas.
La tarde del día 23 de Junio todo está a punto. Los porteadores parten hacia el monte, bastón en mano, una bolsa a la espalda, ropa cómoda y el espíritu elevado, satisfecho el ánimo, caliente el hígado, a veces sospechosamente caliente, como delata su aliento.
Esta va a ser una noche importante, una noche donde se reconciliarán con su pasado, con la tierra que los vió nacer. Son los emisarios, los testimonios de este nuevo compromiso, que tal vez logren que se mantenga un año más.
Al atardecer, el pueblo se arremolina en la plaza. Conforme la oscuridad avanza, en este el día más largo, el nerviosismo se hace más patente hasta el momento culminante.
Silencio, La señal!. La campana redobla su mensaje, el emisario acerca su mecha, enciende el faro; que comience todo!. El fuego prende enseguida, las llamas se elevan al cielo, el mundo gira ahora a su alrededor.
En el monte, como respuesta, se encienden las piras. Al turno, cada nuevo Prometeo recoge su teia, la carga al hombro, y a la señal, enfila el sendero de regreso al pueblo. En cuestión de minutos, el fuego, como una gran serpiente, desciende de la montaña, sobre los hombros, zigzagueante.
En el pueblo, comienza la algarabía. Dedos que señalan a la montaña, risas, flashes.
La serpiente se alarga, largos minutos corren despacio, al ritmo de los pies de los portadores.
Los primeros aparecen en medio de las primeras casas del pueblo. Ennegrecidos por el humo, cansados, sudorosos. Las doncellas avanzan hacia ellos, les ofrecen vino, besos tal vez. Con eltronco casi consumido, marcan tres cruces en la puerta de la iglesia, regresan a la plaza y apilan el resto alrededor del faro.
Una vez más, el pueblo renace, como Fenix, y renueva su vínculo.
Que el poder del fuego lave sus pecados, fertilice sus campos, le de buenas cosechas.
Van llegando más falleros. La alegría se desborda. alrededor del fuego, la danza del sol continua. como antaño, como siempre. Mientras exista un solo danzante del sol, la tierra persistirá.