jueves, 10 de abril de 2008

EN El RÍO

Y en eso sonó el teléfono. La mensajera era agradable, pero su misiva funesta. De tripas corazón, rebusqué en la chaqueta una de mis sonrisas de metal, respiré hondo, contuve la pena y seguí.

En el cielo de Porto Marghera las gaviotas escenificaban su danza mientras yo tomé su mano y le conté lo que sabía. Al día siguiente, seiscientas millas aéreas después, tomé mi coche hacia mi destino.





El sol empezaba su descenso cuando yo crucé las puertas del desfiladero. Se notaba la falta de nieve durante el invierno recién apagado, aunque el color de la hierba era todavía ocre-gris, requemado por el frío y el sol. Solo el verde oscuro de los pinos, junto con el azul del agua, contrastaban con el fondo.



El paisaje estaba lejos de los grandes días de la primavera florida, y mi corazón languidecía con él. Cuanto más me acercaba a mi destino, más fuerte latía el corazón, más vívidas parecían las imágenes, más tensos los momentos. El cielo, azul como nunca, parecía detener el paso de las aves para empujar mi caminar y mis manos se agarraban fuerte al volante.



Al llegar, quise ser discreto. Aparqué a la entrada del pueblo. Un gato atigrado salió de detrás de un contenedor de basuras a recibirme. Me crucé con dos ancianas, vestidas para la ocasión. Como correspondía, les dí las buenas tardes, y al alejarme un murmullo acompañó mis pasos durante un rato. Sin duda, al contrario de mi intención, empezaba a acumular comentarios a mis espaldas.

Mi amigo Juan estaba delante de la puerta. Su rostro congestionado reflejaba la gravedad del momento y su profundo dolor no conseguía esconderse detrás de su hieratismo. Casi sin mediar palabra nos abrazamos, como siempre, como nunca hubiéramos deseado. La voz se nos quebraba y las lágrimas tomaron nuestros ojos al asalto. Me dio un cachete en la mejilla y susurró un: "gracias por venir" entrecortado. Crucé el dintel. Ahí estaba su hermano menor. Sobre dos pequeñas sillas de mimbre, el ataúd parecía casi suspendido. A pesar del maquillaje, el rostro amoratado casi no podía disimularse y dos profundos costurones cruzaban su cara. Me esforcé en contener mi emoción. Puse la mano sobre el cristal y susurré un: "Hola compañero, aquí estoy". Subí la Escalera. Encontré a Teresa al llegar al tercero. De negro, como correspondía, rojos los ojos de las lágrimas del dolor, rojas las mejillas del dolor de la desgracia. Nos abrazamos, noté la humedad de su cara empapando mi hombro izquierdo, sus manos aferraban mi espalda. Acaricié su rostro, la besé de nuevo, -"Para lo que me puedas necesitar, ¿me comprendes, niña?". -"Si gracias, pasa a ver a Madre, seguro que le reconforta verte después de tantos años"-.

Eran las cinco. Mis recuerdos se agolpaban a las puertas de mis ojos, empujados por el tañido lúgubre de la campana. ¡Nang!, dos, tres, cuatro cinco, ¡nong!. Se empezó a hacer presente un rumor. Levanté los ojos y entonces lo vi.

Vi un río de gente que venía lentamente, cargado de tristeza. Al frente, seis bravos amigos sostenían otra caja que llevaba al segundo en el último de sus viajes. Los comandaba el hermano mayor, el de más grande pena. Más de quinientos lo seguían, las caras largas, los semblantes tristes, los ánimos apenados. Un sordo rumor de pies arrastrando tristeza los acompañaba en su pesado caminar a lo largo de toda la Calle Mayor. Y los viejos en los balcones, ocultaban el rostro, conteniendo un gemido. "Que no hay más dolor para una madre, que ver pasar a su hijo camino de su tumba". Y al acercarse salieron los otros, también llevando a hombros la caja, por la calle del puente. Y delante de la puerta de la Iglesia, se juntaron, como los hielos de un glaciar, hermanos llevando a hermanos. Ví como el río se curvaba, lentamente, para encarar la puerta de la iglesia, como la gente se apretaba para entrar al recinto, ya repleto. Respeto a los caídos, honor a los que los acompañan.

Luego oí la voz, clara, transparente, la oí elogiar a mis amigos, a su amor por la tierra, por las montañas. Dijo la voz: "Montaña adorada, montaña traidora, tan grande era su amor por tí que decidiste quedarte con ellos para siempre. Tú que siempre fuiste su edén, eres ahora su mortaja".





Y luego resonó el canto. Y no era una voz la que homenajeaba su recuerdo, eran docenas, cientos, que se elevaban a lo alto, que se quebraban, que se perdían en el rumor de los suspiros.





Do not stand by my grave and weep
I am not there, I do not sleep,
I am a thousand winds that blow,
I am a diamond glint on the snow,
I am the sunlight on ripened grain,
I am the gentle autumn rain.

When you awake in the morning hush,
I am the swift uplifting rush,
Of quiet birds in circling flight,
I am the soft starshine at night.


Do not stand by my grave and cry,
I am not there,
I did not die





Vi hombres grandes llorar, y lloré con ellos. Montañeses rudos, acostumbrados al dolor, al frío y al trabajo duro, los vi llorar en el canto del templo. Boqueé como un pez que se ahoga buscando el aire, apretando los dientes.




No te detengas en mi tumba a llorar, no estoy allí.
Soy ahora una de las brisas que soplan.
Soy el brillo de diamante en la nieve.
Soy la luz del sol en el grano maduro



y soy la suave lluvia del otoño.
Cuando te despierte en la mañana una ráfaga de aire, soy yo,

la gentil brisa que se levanta en círculos
con el vuelo reposado de los pájaros.
Soy una de las tenues estrellas que brillan en la noche.

No te detengas en mi tumba a llorar.

No estoy allí. No he muerto.








Y el río volvió a mi. Sentí como crecía en mi interior, podía escuchar las voces chillonas de los niños que fuimos, tirando piedras al agua, saltando de roca en roca, salpicándonos. Volvió a mi. y vi como las inocentes sonrisas se reflejaban en la superficie, como los ecos se iban con la espuma blanca. Y también morí un poco con ellos.








Watashi no ohaka no mae de
Nakanai de kudasai
Soko ni watashi wa imasen
Nemutte nanka imasen
Sen no kaze ni
Sen no kaze ni natte
Ano ooki na sora wo fukiwatatte imasu
Aki ni wa hikari ni natte
Hatake ni furisosogu
Fuyu wa daia no you ni
Kirameku yuki ni naru
Asa wa tori ni natte
Anata wo mezamesaseru
Yoru wa hoshi ni natte
Anata wo mimamoru
Watashi no ohaka no mae de
Nakanai de kudasai
Soko ni watashi wa imasen
Shinde nanka imasen
Sen no kaze ni
Sen no kaze ni natte
Ano ooki na sora wo fukiwatatte imasu
Sen no kaze ni
Sen no kaze ni natte
Ano ooki na sora wo fukiwatatte imasu
Ano ooki na sora wo
Fukiwatatte
Imasu










Caía la tarde cuando los dejamos por fin en el cementerio. Cientos de flores adornaban el lugar de su último descanso. La casualidad ha querido que quedasen enfrente de la montaña que segó sus vidas, justo al otro lado del Valle, como un cuadro perfecto, en el mejor de los museos. Y al alzar la mirada, el sol poniente reflejaba oro y seda en sus flancos, acero en sus aristas. Con las manos sobre el muro que cierra el campposanto, suspiré y sonreí amargamente: "Que tarde tan perfecta para una labor tan dura".









Y al caer el sol, el viento frío del norte acarició mi cara, agitando los brotes tiernos, apenas abiertos, de los fresnos que flanqueaban el muro. Y regresé a casa andando por el lado del río, mientras iba oscureciendo lentamente, abrazado a mis recuerdos, perseguido por mis propios demonios que, con la noche, salen a cazar. El ruido del agua sacudía mi interior, como antaño, las voces hacían brotar cientos de imágenes recubiertas del polvo del tiempo.


Recobré el pulso al subir al coche de nuevo. Apretando el volante, dejé atrás las luces mortecinas del pueblo, mientras mirando por el retrovisor mis ojos se enrojecían de nuevo. Le dí al on del reproductor de CD, buscando la nostalgia en el punto donde la dejé.

Hay un hombre que partió de casa
Que no aceptó la rendición
Un hombre en brazos de su ángel
Hay alguien que ya venció el miedo

Un hombre toma una guitarra,
Un hombre lanza un grito al viento
Un hombre mira al vacío y salta
Hay alguien que ya burló al tiempo

Seguiremos soñando
Escucharemos la luz
Mientras el mundo se mueve en tus ojos

Seguiremos soñando
Derribaremos los muros
Mientras el mundo se mueve en tus ojos

Hay un hombre que ahora extiende las alas
Un hombre que tocó el cielo
No volverá nunca más a casa
Hay alguien que ya pagó el precio

Seguiremos soñando
Escucharemos la luz
Mientras el mundo se mueve en tus ojos

Seguiremos soñando
Derribaremos los muros
Iremos siempre más lejos
Seguiremos cantando
Escucharemos la luz
Mientras el mundo se mueve en tus ojos

Hay un hombre en la cuerda floja
Hay un hombre que ya es del mundo.


Sopa de Cabra- seguirem somiant.mp3




Uno siempre está en la cuerda floja, aunque a veces quiera olvidarse de ello, la vida le refresca la memoria.




Un hombre sale de viaje, otro es el que regresa.